El descubrimiento esta vez procede del océano y es escalofriante: un animal cuyos restos parecen difíciles de descifrar, un auténtico monstruo.
El gran, inmenso y azul mar que nos rodea está siempre lleno de sorpresas, y no todas son positivas. A menudo, los mares y los océanos no son más que un signo de nuestra profunda ignorancia, de lo poco, trágicamente poco, que conocemos las profundidades marinas. Hic sunt leones, escribían los monjes medievales; y a pesar de los progresos de la ciencia, seguimos ciegos ante los peces -si se les puede llamar así- que habitan allá abajo, en los abismos donde ningún hombre o máquina se ha aventurado jamás. De vez en cuando reaparece en nuestras costas algún cadáver de rasgos extraños, agrandado e irreconocible. Y uno tiene entonces una percepción parcial, misericordiosamente fragmentada, de un mundo monstruoso y desconocido para nosotros.
En el caso que nos ocupa, nos referimos a criaturas marinas que, por la mayoría, se han extinguido; y cuyo aspecto aparece entonces aún más irreconocible, bizarro. En Inglaterra, de hecho, un paleontólogo se topó con un hallazgo que, en principio, creyó que era un dinosaurio.
Sin embargo, tras una inspección más minuciosa, resultó ser un gigantesco monstruo marino. Pero prosigamos por orden. En un primer momento, el profesor David Martill, paleobiólogo, observó que, en el Museo Abingdom Country Hall de Oxfordshire, había una vértebra perteneciente a un dinosaurio, mal colocada en una sala que mostraba una reconstrucción de un ictiosaurio.
El conservador del museo, al ser interrogado por Martill, respondió que tenía otros tres huesos de este tipo almacenados. Tras admirarlos, el paleobiólogo se dio cuenta de que se trataba de la espina dorsal de una criatura marina de tamaño gargantuesco, absolutamente fuera de escala con respecto a todo lo conocido por el hombre.
El fósil, según se descubrió, procedía de una granja local, pero su enorme tamaño no había sido advertido por los paleontólogos antes de Martill. El descubrimiento se describió en un artículo publicado en Proceedings of the Geologist’ Association. Las primeras hipótesis de reconstrucción estimaban que el animal marino en cuestión tenía un tamaño que oscilaba entre un mínimo de 9 metros y un máximo de 14; un tamaño que sería absolutamente letal incluso para una embarcación de tamaño medio.
El monstruo en cuestión se llamaba pliosaurio y era básicamente un cocodrilo gigante con cuatro aletas, cola corta y cabeza aplanada. Hace ciento cincuenta millones de años, estas criaturas nadaban en lo que hoy es el idílico y verde Oxfordshire.
En cuanto a su agresividad, el pliosaurio se alimentaba de reptiles marinos y grandes peces, a los que mataba con sus mandíbulas provistas de afilados dientes. De hecho, muchos hallazgos de ictiosaurios llevan grabados en sus huesos signos de la agresividad de este tiranosaurio absoluto de los mares.
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